Un amargo cantar de negros cuervos
penetra mis oídos, cavando a gritos mi ataúd,
una helada sensación de cuerpos yermos
devuelve la ficción a su antiguo baúl.
“Despierta cachorrito, despierta”, claman a
voces,
“bienvenido a la pesadilla de tu realidad”.
Maldigo las pasos que siguen la pisada de mis
coces,
que me despiertan del sueño de mi verdad.
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